La Teoría del Mundo Justo, cada uno tiene lo que se merece, o no…

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Uno de los temas principales de la Psicología Social es cómo nos vemos a nosotros mismos, a los demás y a los hechos sociales (Furnham, 2003). Las investigaciones han demostrado que las explicaciones que los sujetos dan de los eventos y comportamientos propios y ajenos están llenas de supuestos e ideas preconcebidas que no siguen reglas lógicas, sino que se basan en métodos heurísticos simplificadores. Uno de los más claros ejemplos es la teoría del mundo justo, falacia del mundo justo o hipótesis del mundo justo.

Por lo tanto, comprender el comportamiento humano requiere comprender los procesos cognitivos que conectan la realidad física-objetiva y las reacciones de las personas. La mayoría del tiempo, las personas no buscan explicaciones ni se preocupan activamente por controlar las nuevas informaciones, y es por eso que es tan importante concienciarse sobre este tipo de sesgos cognitivos.

A lo largo del artículo hablaremos de la teoría del mundo justo, una falacia normalizada pero que puede llegar a hacer daño. Veremos cómo se forma, cuáles son sus implicaciones y qué formas tenemos, de forma habitual, al utilizarla.

¿Qué es la teoría del mundo justo o falacia del mundo justo?

Las personas «tienen una necesidad de creer que están en un mundo donde cada uno, por norma general, obtiene lo que se merece», según Malvin J. Lerner (1982), el padre de la teoría del mundo justo. La creencia en un mundo justo se basa en la idea de que las personas buenas tendrán cosas buenas y las personas malas tendrán cosas malas. Aunque rara vez se cumple, una gran parte de la población mantiene esta perspectiva del mundo.

Los seres humanos deben tener la creencia de que el mundo es un lugar justo para enfrentar su entorno físico y social como algo organizado y controlado (Lerner, 1982). Por ejemplo, esta hipótesis del mundo justo implica que las acciones nobles serán recompensadas y las acciones malvadas serán castigadas. La falacia del mundo justo es entonces la tendencia a atribuir las consecuencias a cualquier fuerza universal que restaura el equilibrio moral o a una conexión universal entre la naturaleza de las acciones y sus resultados.

Esta creencia generalmente implica la existencia de un desierto, estabilidad, orden, destino, providencia divina y justicia cósmica. Con frecuencia se vincula a una serie de falacias fundamentales, especialmente en lo que respecta a la justificación del sufrimiento basándose en la idea de que «los que sufren se lo merecen«.

Implicaciones de la falacia del mundo justo

Las personas buenas y respetuosas no siempre tienen la suerte en la vida que merecen (Lerner, 1982). En otros casos, aquellos que logran prosperar a través de la explotación de los demás logran obtener éxito y su existencia prospera. El ser humano ha desarrollado un sesgo cognitivo que le permite asimilarlos de manera positiva en respuesta a estos hechos, que observados de manera fría resultan injustos.

La teoría del mundo justo nos conduce a atribuir causalidades. Más que buscar precisión, estas características satisfacen principalmente nuestras necesidades adaptativas, predictivas y de control. Como resultado, nos protegen de la injusticia, nos brindan estabilidad, seguridad y motivación.

Por lo tanto, como afirma Furnham (2003), pensar en el mundo como un lugar justo en el que cada uno tiene lo que se merece, ayudará a protegernos del estrés causado por los eventos desagradables que presenciamos. Según Lerner, esta creencia nos permite ver nuestro entorno como un lugar estable y ordenado y, sin ella, se dificultaría el proceso motivacional que nos permite establecer metas a largo plazo porque nos hace pensar que realmente tenemos control sobre nuestro propio destino.

La teoría del mundo justo no sería inherente al ser humano, como lo es el lenguaje, sino que se incorporaría a la cultura de una persona (Lerner, 1982). La religión es un aspecto de la sociedad que puede reflejar esto. La creencia católica tradicional, así como otras, sostiene la existencia de Dios, quien sería responsable de recompensar las buenas prácticas y castigar a aquellos que las incumplen. Estos castigos y recompensas se aplicarían tanto durante la vida como después de la muerte, lo que alienta al seguidor de esta doctrina a mantener sus creencias firmes.

Sesgo de verificación

El de verificación es otro sesgo que mantendría estos prejuicios (Furnham, 2003). Este hace referencia a la tendencia humana a buscar argumentos que apoyen sus teorías, ignorando aquellos que las contradicen.

Culpar a la víctima

La víctima suele ser culpada por una situación injusta. Por ejemplo, es común escuchar que si alguien es pobre es porque no se ha esforzado lo suficiente en su vida. No faltan aquellos que, después de una violación, argumentan que la mujer debería haber estado acompañada o que debería haber vestido una ropa que haga que los violadores se sientan menos intimidados.

Estos argumentos peligrosos protegen a aquellos que tienen esta creencia sesgada porque creen que no hacen nada que pueda tener consecuencias negativas, lo que reduce su percepción de vulnerabilidad y el riesgo de sufrir situaciones específicas.

Protección de la autoestima a través del error actor-observador

La teoría del mundo justo se basa en el sesgo del propio interés y ayuda a proteger la propia autoestima (Furnham, 2003). Una persona puede creer que las razones de su éxito se deben a cosas que están dentro de su control, como el esfuerzo que ha hecho o sus propias habilidades. En contraste, el fracaso se atribuye a factores ambientales como la mala suerte. Como hemos visto, estas percepciones son distintas cuando observamos el comportamiento de otras personas.

El observador se concentra más en las características de la personalidad y las acciones de la persona que sufre al ver la situación desde fuera (Furnham, 2003). De esta manera, por falta de conocimiento, se ignoran las características del entorno que afectaron a esa persona. Por ejemplo, un foco reducido ignoraría que una persona sin hogar ha llegado allí debido a una serie de eventos imprevistos en lugar de su propia pereza.

Estas situaciones muestran claramente dos de los principales errores que se comenten en la atribución de causalidad: error actor-observador y el error fundamental de atribución.

 

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