¿Se puede aprender a amar?
¿Podemos educarnos y educar al otro en el amor? ¿Es posible hacer que el amor nazca en nosotros mismos y en el otro? ¿Podemos desarrollar y fomentar el amor, del mismo modo que lo hacemos con la inteligencia? El amor es algo que no puede enseñarse con fórmulas. Pero sí podemos crear las condiciones necesarias para que nazca en el otro.
Conocer algunas facetas de la naturaleza del amor, es importante para crear un clima adecuado en la pareja que facilite el crecimiento y el desarrollo del amor.
Intentar definir el amor es una idea tan artificial e ilusoria como intentar encerrar el viento en nuestra mano o como intentar vaciar el océano con la ayuda de un cubo. Y, sin embargo, el hombre siempre ha intentado definir el amor.
En todas las mitologías se encuentra el tema del amor. El amor ha hecho correr ríos de tinta a lo largo de la historia. Se ha escrito que amar consiste en sublimar la energía sexual. También se ha dicho que es la tendencia a desear el bien del otro. Se han hecho eternas disquisiciones sobre los límites entre el amor, la caridad y el erotismo.
Amar y ser amado
Pese a todo el amor sigue siendo una gran incógnita. Todos nos hemos preguntado alguna vez: ¿me ama?, ¿cómo me ama?, ¿le amo yo?, ¿si estuviera verdaderamente enamorado, me comportaría así? Esta búsqueda incesante de respuestas raramente se ve plenamente satisfecha.
La necesidad de ser amado es una necesidad primaria de la especie humana, en particular en el niño. Esta necesidad ha de verse colmada para que aparezcan otras necesidades, tales como la necesidad de amar. Ser amado y amar son dos conceptos que van muy unidos, pero la prioridad recae en la necesidad de ser amado, sobre todo en el niño.
Quien nunca ha sido amado puede estar toda su vida buscando una respuesta para esta necesidad. Puede hacerlo bajo la forma de innumerables aventuras sexuales. También puede aferrarse con desesperación a todo el que encuentra a su paso. Preocupadas por esta necesidad, esas personas se olvidan de desarrollar sus propios recursos y habilidades. Para amar es necesario amarse; para amarse hay que ser, o haber sido, amado.
El amor es un sentimiento
No cabe la menor duda de que el amor es primeramente un sentimiento. El amor es una emoción que detectamos por el propio conocimiento y que expresamos mediante gestos y acciones. Pero el amor no es, en realidad, ni conocimiento ni gestos ni acciones. No se ama porque se regalen flores. Amamos y regalamos flores. Las flores que uno ofrece son la manifestación de un sentimiento: su amor.
El amor es subjetivo e interior. Hay algunas personas que niegan el amor porque éste no puede medirse cómo se mide la cantidad de glucosa en la sangre. Negar la existencia del amor es lo mismo que matarlo. Otras personas desfiguran el amor al tratar de cuantificarlo según el número de relaciones sexuales, el dinero gastado o los regalos obtenidos.
Amar sin poseer
Nuestro amor precisa tanto de nuestra propia libertad como de la de nuestra pareja, para poder desarrollarse. Es importante que dejemos al otro libre e incluso que le animemos a liberarse. Así podremos apreciar mejor su individualidad, su originalidad, lo que hace de él un ser único. Todos necesitamos, así pues, sentirnos libres para que nuestro amor se fortalezca y revitalice constantemente.
Cuando se ama para poseer y atesorar, para colgarse del otro, se va matando poco a poco el amor. En realidad, parece que mucha gente tiene cierta dificultad a la hora de diferenciar entre “amar” y “tener”. Piensan que amar es tener al otro, poseerlo en exclusividad. Esta tendencia suele provenir de nuestra inseguridad frente al riesgo de perder al otro. Ahora bien, el que ama verdaderamente no puede perder nada, puesto que nada posee.
Despertar el amor en el otro
Para despertar el amor en el otro, es necesario en primer lugar inducirle a que se ame a sí mismo. Sólo cuando uno se ama a sí mismo puede llegar a amar a los demás. Ahora bien, la condición principal para que uno se ame a sí mismo es que se sienta amado. Nos encontramos ante una experiencia universal: El amor que recibimos del otro revaloriza, en cierto modo, nuestras propias cualidades y riqueza interior.
El amor es algo que no puede enseñarse del mismo modo que se enseñan las matemáticas o la química. El amor no se puede explicar mediante fórmulas. Pero sin embargo, podemos crear las condiciones necesarias para que el amor nazca y se desarrolle en el otro.
Así pues, cuanto más inculquemos en el otro el respeto hacia su propia persona, su riqueza interior y su humanidad, más le estaremos animando a que se ame a sí mismo y más favorecemos el que nazca en él su amor por los demás. Al interesarse por la riqueza de los otros, atrae su amor.
Por el contrario, quien desconfía de sí mismo empuja al otro a desconfiar de los demás. Si no puede fiarse de sí mismo, tampoco podrá fiarse de los demás. Para que el amor nazca en nosotros, ha de superar la desconfianza en los demás.
El amor es gratuito
El amor es como la respiración: autónomo, espontáneo y constante. Es un movimiento rítmico y pendular, entre uno mismo y el otro. En este contexto es importante favorecer en el otro la expresión de sus propias emociones.
Independientemente de amar o ser amado, el amor es algo que no se compra. El amor es gratuito y esta cualidad hace que sea tan hermoso. Asimismo, el amor es, en cada momento de su existencia, una creación nueva y sorprendente.
En efecto, todos sabemos que el amor ni se compra ni se vende. Es gratuito y espontáneo. Sin embargo, cada vez que nos enamoramos, nos sorprendemos y maravillamos al comprobar de nuevo este hecho.
Para mantener el amor hay que cuidar su espontaneidad. Un amor refrenado o contenido, se debilita y acaba por marchitarse. La rigidez es una toxina letal para el amor.